¿DAR LIMOSNA?
Soy de los que suelo dar algo cuando alguien pide en la calle, particularmente cuando esa persona se dirige a mí directamente. No lo hago sin embargo, cuando hay niños de por medio o quien pide es un menor.
Supongo que a veces es más fácil dar que no hacerlo. Incomoda menos.
Ya sé que hay gente que defiende que no es conveniente hacer ésto porque así se perpetúan situaciones de dependencia, porque ese dinero mío y tal vez tuyo se malgastará después en tabaco o en alcohol, porque es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado.
Pues bueno, lo admito; son buenas razones.
En mi defensa argumentaré que todo depende del contexto y de la intención.
Sucede a veces que cuando voy por la calle acompañado de mis hijas pequeñas y este hecho de pedir y dar se produce, siempre les digo cuando me preguntan (y cuando no) que hay que ayudar, que siempre hay que ayudar.
Pero me gustaría decirles que si un día yo (por esas ironías que tiene la vida), cruzará la delgada línea que conduce al desamparo, la precariedad, la falta de medios o la soledad y me encontrara con una de ellas, aun cuando no me reconocieran, agradecería al menos una sonrisa y aquí tiene unas monedas, mirándome a los ojos.
Me gustaría decirles que no somos quien para juzgar al otro. Que no sabemos nada de aquel que no conocemos. Que cualquier historia humana es sin duda una historia valiosa.
Poderles contar que el hábito no hace al monje, que cuanto más alto sube la mona más se le ve el culo, que los libros que ocupan los lugares más altos son los que menos sirven, que los ricos y los poderosos lo son, casi siempre, a costa de oprimir a su propio pueblo y rara vez por servir a sus semejantes.
Hacerles entender que compadecerse no es de cobardes ni de blandos. Que el amor nos hace infinitamente vulnerables y sin embargo existe una fuerza ilimitada en la debilidad. Que hace falta valor para mirar al que padece la injusticia y no sonrojarse por dentro de pura vergüenza propia y ajena.
Me gustaría decirles tantas cosas que hoy no podrán entender. Como yo no puedo entender tantas cosas que no me contaron, pero que con tristeza me duelen a diario.
Y sucede a veces, cuando voy por la calle y alguien me pide unas monedas y mis hijas preguntan, yo me conformo con decirles por ahora: hay que ayudar, siempre hay que ayudar.
Supongo que a veces es más fácil dar que no hacerlo. Incomoda menos.
Ya sé que hay gente que defiende que no es conveniente hacer ésto porque así se perpetúan situaciones de dependencia, porque ese dinero mío y tal vez tuyo se malgastará después en tabaco o en alcohol, porque es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado.
Pues bueno, lo admito; son buenas razones.
En mi defensa argumentaré que todo depende del contexto y de la intención.
Sucede a veces que cuando voy por la calle acompañado de mis hijas pequeñas y este hecho de pedir y dar se produce, siempre les digo cuando me preguntan (y cuando no) que hay que ayudar, que siempre hay que ayudar.
Pero me gustaría decirles que si un día yo (por esas ironías que tiene la vida), cruzará la delgada línea que conduce al desamparo, la precariedad, la falta de medios o la soledad y me encontrara con una de ellas, aun cuando no me reconocieran, agradecería al menos una sonrisa y aquí tiene unas monedas, mirándome a los ojos.
Me gustaría decirles que no somos quien para juzgar al otro. Que no sabemos nada de aquel que no conocemos. Que cualquier historia humana es sin duda una historia valiosa.
Poderles contar que el hábito no hace al monje, que cuanto más alto sube la mona más se le ve el culo, que los libros que ocupan los lugares más altos son los que menos sirven, que los ricos y los poderosos lo son, casi siempre, a costa de oprimir a su propio pueblo y rara vez por servir a sus semejantes.
Hacerles entender que compadecerse no es de cobardes ni de blandos. Que el amor nos hace infinitamente vulnerables y sin embargo existe una fuerza ilimitada en la debilidad. Que hace falta valor para mirar al que padece la injusticia y no sonrojarse por dentro de pura vergüenza propia y ajena.
Me gustaría decirles tantas cosas que hoy no podrán entender. Como yo no puedo entender tantas cosas que no me contaron, pero que con tristeza me duelen a diario.
Y sucede a veces, cuando voy por la calle y alguien me pide unas monedas y mis hijas preguntan, yo me conformo con decirles por ahora: hay que ayudar, siempre hay que ayudar.
David Carreres, voluntario
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