¡R., PUEDES CONTAR CONMIGO!
Allí estaba R., sentado en la
camilla de la consulta, con una sonrisa falsa y la mirada perdida, repitiendo
una y otra vez “¿han salido mal los análisis, verdad doctora?”, aun cuando no
se había recogido todavía las muestras de sangre para poder realizar las
analíticas…
R. llevaba unos días viniendo a
ratos al albergue, y se le había visto mal, había intentado agredirse y se
había quemado el brazo. Ayer, por fin consintió que le curáramos la herida y
hoy, cuando vino a comer ha accedido a ducharse y a que le acompañara al Hospital
General. Cuando esperábamos para ser atendidos, no había querido sentarse junto
a mí, porque le agobia estar con gente, prefiere estar solo. Pero desde el otro
lado de la sala, donde había menos pacientes, me indicaba, de vez en cuando,
que tardaban mucho en atendernos, que se estaba cansando de esperar. Cuando por fin nos atendieron, la doctora decidió que se quedaba allí ingresado. Y ella
misma me llamó, una hora más tarde, para decirme que lo ingresaban en el
Hospital Provincial, en la sección de psiquiatría.
Si ya es difícil la comunicación
entre personas que nos consideramos “normalizadas”, ¡como aumenta la dificultad
cuando nuestro interlocutor es una persona en situación de sin hogar!. Nos cuesta
entender porque toman sus decisiones, porque aquello a lo que nosotros le damos
valor, para ellos no es importante, y, al revés, aquello insignificante para
nosotros para ellos es lo básico en la
vida.
Hoy he querido estar cerca de R.,
acompañarle al hospital porque el lo necesitaba, intentar comunicarme con el,
decirle “que podía contar conmigo”… Y no sé si al final lo he conseguido como a
mí me hubiera gustado, pero creo que estar junto a el físicamente ha sido el
inicio para que el haya empezado a descubrir esto…
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