miércoles, 26 de octubre de 2011

Gastronomía

Que paradoja. Menuda elección. Una España tremenda. Los ricos cada vez más ricos y los pobres son más y más pobres.
Restaurantes de solidaridad, de dar aquello que da dignidad al hombre, un plato de comida caliente servido con una sonrisa y una buena dosis de cariño. Un segundo para escuchar y una carta abierta para escribir un deseo, una petición, una necesidad. No tiene parangón nuestro restaurante. El precio es la vida, la comida siempre insuficiente… pero el hombre protagonista, la persona que pasa por la puerta señor del plato, la mesa y el tiempo. Las hambres insaciables. Hambre de justicia y de dignidad que un plato de comida caliente sólo hace que brille con más fuerza su carencia. Unos macarrones con el agujero demasiado grande que no llenan el hueco del corazón roto por la calle de todos que sólo algunos pueden transitar sin mojarse y pasar frío. El postre que sólo es el billete de salida para un viaje a ninguna parte a continuar la búsqueda de un imposible cerrado por la lujuria de los de siempre. Pasa, no lo dudes si lo necesitas, siempre tendrás un sitio para sentarte, un pan multiplicado por la pericia y generosidad de unos pocos que dan su vida en ello.
Mantendremos abiertos nuestros restaurantes sociales mientras el cliente quiera, aquí siempre es el que manda, el que mira y pide. Encontraremos la manera de multiplicar los panes y los peces de cualquier niño generoso que quiera compartirlos. Seguimos un mandato de un experto en comidas que sabía multiplicar, que disfrutaba comiendo y que lo mataron por comer con los que nadie quería comer.
Nuestros clientes no son insaciables como otros que se comen hasta lo que no les pertenece, mojan en los platos de los otros hasta secarles la salsa de la vida. Tragones incansables de lo suyo, lo tuyo y lo mío. Normalmente acuden invitados por los otros, aprendices de glotonería que se conforman con las migajas. No se miran, no sonríen, no se hablan pero no paran de tragar, insaciables. Barrigas y carteras llenas del interés, las comisiones y el dinero de los otros. ¡Ya vale de comer, ya vale de comernos! 

David Oliver Felipo, amigo

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