viernes, 14 de septiembre de 2012

EL VIAJERO SOLITARIO





Ocho de septiembre de 2012
 La estación del tren era un hervidero de gente. Unos iban otros veníamos. Jóvenes de regreso a sus países de origen, familias que volvían de vacaciones, parejas de enamorados haciéndose la ultima foto, grupos de jubilados de visita cultural por la ciudad. Todos estábamos allí, con los equipajes, maletas y mochilas. No nos conocíamos; cada uno iba a lo suyo. Lo importante era hacer la cola, comprar el billete y no perder el próximo tren.

 Casi nadie se dio cuenta de aquel viajero solitario, llevaba poco equipaje –una mochila desgastada y unos zapatos rotos- sin prisas por hacer cola, sentado en aquel solitario rincón de la estación. Su ropa y aspecto lo delataba, no era un turista ni tampoco se iba de vacaciones. Quizás se acababa de levantar de dormir, el saco que tenia junto a la mochila, me hacia sospechar. Y si durmió en aquel rincón de la estación ¿Dónde ceno? ¿Qué desayunaría? ¿Dónde haría sus necesidades y se lavaría?

 Sonó el pitido. “Viajeros al tren” la gran oruga humana fue subiendo lentamente al tren. Una vez acomodados en nuestro vagón, miré por la ventanilla ¿y el viajero solitario? Ya no estaba. Quizás subió en el mismo tren, quizás.

 Manuel

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