Poner en el centro
Estos días de frío muchas personas de buena voluntad ponen en el centro de su vida a los más necesitados. Muchos hombres y mujeres que han tenido cerca a los necesitados de este mundo vuelven a sensibilizarse con los últimos. Los que viven en la calle, en los bancos (los de sentarse, no los otros), en los portales, en los pocos cajeros que todavía permanecen abiertos… son más vistos que nunca. Las miradas cambian un poco y estos que son los últimos ocupan un poco más de tiempo y atención. Una manta aquí, un tetrabrik de leche allí, una bocadillo, una palabra amable o un café con leche caliente son gestos que vuelven a las manos de muchos de los hombres y mujeres de este mundo. Alguna cosa buena tiene que tener el frío.
El problema es que estos gestos no cambian ni modifican las estructuras que han generado estas situaciones de marginación que empujan a algunos de nuestros hermanos, de los hijos de Dios, a vivir en condiciones carentes de dignidad. Porque no nos engañemos el problema es estructural, es de sistema. Lo que está en el origen de esas situaciones no es la buena o mala suerte de algunos de nosotros, de ellos. La suerte, estar en el sitio adecuado en el momento justo, no puede dar por cerrada todo tipo de explicación de las situaciones de soledad, pobreza y marginación que algunos, cada vez más, hombres y mujeres de este mundo padecen. Son las estructuras, ahora llamadas mercados, las que generan una diferencia abismal entre los que tienen y los que no tienen. El juicio y los criterios utilizados en la toma de decisiones, las reformas laborales o económicas que se proponen no tienen otro lugar de discernimiento que el mantenimiento del estatus de unos pocos, de los que tienen poder, dinero y decisión. Son como ‘juanpalomo’, yo me lo guiso y yo me lo como. ¿Qué tienen en el centro en esos círculos de decisión? ¿Dónde miran antes de decidir? Esta muy claro, a los mercados y desde allí colocar al hombre y la mujer para poder ‘sacarle’ el mayor de lo beneficios. Y eso ¿qué es? La cartera, los intereses, las posesiones… ¿Dónde queda la persona? Ni se lo plantean. En los lugares donde se decide, donde decidimos, no hace frío y por lo tanto no sabemos mirar, no vemos a los otros. Se sientan a la mesa para comer, para repartirse el botín, para 'utilizar', en el peor sentido de la palabra.
Los cambios estructurales deben empezar en el cambio del corazón de los hombres. Es la primera conversión que debemos emprender. El cambio de corazón y la manera de latir, el cambio de los ojos con los que mirar y ver, la apertura de los oídos y poros de nuestro cuerpo para escuchar los gritos de los callados de la calle y sentir el tiritar de frío del hermano. Desde aquí colocar en el centro al hombre como necesitado de trabajo, de vivienda, de compañía, de ayuda, de dignidad. Esta es la clave para que las estructuras injustas de este mundo puedan cambiar y de esa manera se generen menos, o ninguna, mermas de dignidad en los que formamos parte de este mundo.
Esos ojos que se despiertan por el frío, que saben mirar de otra manera estos días de invierno, deben estar abiertos siempre, cada día. El centro no es el frío, el centro no son los mercados, el centro no son los beneficios, el centro no soy yo… el centro es el otro, es la dignidad de cada ser humano, de cada hijo de Dios. El albergue no está sólo para el frío, está para los hombres y mujeres de este mundo que buscan un poco de calor humano y fraterno para descongelar el corazón helado por la injusticia y la indiferencia. El centro son ellos, los que sufren, los que pasan frío, los que están solos, los que no tienen quien les ame… Para esto se abre la puerta del Albergue, para que ocupen el centro, para servir, para arropar, para abrigar, para acoger...
David Oliver
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